martes, 17 de marzo de 2009

ALVAREZ DE CASTRO



Mariano Álvarez de Castro, Burgo de Osma (Soria) o Granada (Granada, (1749) – Figueras (Gerona), (1810) Militar español, era el gobernador militar durante el sitio de Gerona por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia española.

Ingresó muy joven en el ejército, y participó como oficial en el sitio de Gibraltar, en 1787. Tomó parte también en la guerra del Rosellón. En 1808, como brigadier, era gobernador militar del castillo de Montjuich de Barcelona, que se negó a entregar a los franceses cuando éstos entraron en la ciudad; sólo lo hizo, con protestas, cuando fue conminado a hacerlo por el Capitán General de Cataluña.

Huyó de la ciudad condal para unirse al ejército español cuando se inició la Guerra de Independencia. Al año siguiente fue nombrado gobernador militar de Gerona, ciudad que ya había sufrido dos asedios, sin éxito unos meses antes. A principios de mayo de 1809, los franceses empezaron a ocupar los pueblos de los alrededores. Álvarez de Castro, ante un sitio que se preveía largo y duro, preparó la ciudad para la defensa haciendo acopio de municiones y víveres. Al mes siguiente, el general Saint-Cyr, al frente de 18.000 hombres, se presentó ante los muros de Gerona, que sólo disponía de unos 5.600 soldados. Ante el inminente cerco, el gobernador publicó un breve bando: “Será pasado por las armas el que profiera la voz de capitular o de rendirse”. El general francés le envió un parlamentario indicándole que se rindiera, al que Álvarez respondió “que, no queriendo tratos con los enemigos de su patria, recibiría a cañonazos a cuantos parlamentarios le enviasen”.

El sitio de Gerona duró siete meses. En agosto, los franceses tomaron el castillo de Montjuich, la principal defensa de la ciudad, después de haber muerto las dos terceras partes de sus defensores. Álvarez de Castro no quiso claudicar; mandó construir barricadas y trincheras en el interior de la ciudad. A pesar del hambre y de las enfermedades que diezmaban la población, rechazó todas las ofertas de capitulación, hasta que en diciembre, agotado físicamente y enfermo, entregó el mando a Bolívar. Dos días después, el 10 de diciembre, la plaza capitulaba. Entre soldados y civiles, habían perecido unos 10.000 gerundenses. Los vencedores no trataron demasiado bien al defensor de Gerona. A pesar de su delicado estado de salud, lo condujeron como prisionero a Perpignan, desde donde le trasladaron al castillo de Figueras donde murió el 22 de enero de 1810.

ALVAR NUÑEZ


Álvar (o Álvaro) Núñez Cabeza de Vaca (Jerez de la Frontera, 1507 - †Sevilla, 1559). Conquistador español de familia noble, era nieto de un conquistador de Gran Canaria. Descubrió las Cataratas del Iguazú y exploró el curso del Río Paraguay.

Primer Viaje a América

Su primera aventura en "las Indias", es decir, América, transcurrió en el sur de lo que hoy son los Estados Unidos y el norte de México: alistado en la expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida (1527), fue uno de los cuatro únicos supervivientes de los 300 hombres que naufragaron frente a las costas de Florida que, durante ocho años, vivieron entre los indios como comerciantes y curanderos.

En su mayor parte los náufragos murieron a causa de la sed o muertos por los nativos. Cabeza de Vaca permaneció cautivo de los indios Ananarivo en la costa del Golfo de México junto con los también náufragos Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y Estebanico, quien fue el primer hombre nacido en África en pisar territorio de los Estados Unidos, y aunque se le describe como negro en realidad era bereber y moro.

Por sus propios medios lograron escapar y, oficiando entre los indios como curanderos y magos gracias a los conocimientos médicos de Cabeza de Vaca, se ganaron la voluntad de los nativos e hicieron varias exploraciones en busca de una ruta para regresar a la Nueva España por lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos y norte de México. Tras deambular durante largo tiempo por la extensa zona que hoy es la frontera entre México y Estados Unidos llegaron a la zona del Río Bravo o Grande, siguiendo el curso del río encontraron tribus dedicadas a la caza del bisonte con las que convivieron. Finalmente a orillas del Río Petatlán restablecieron el contacto con un equipo de exploradores españoles en Sinaloa en 1536.


Durante aquel viaje recogió las primeras observaciones etnográficas sobre las poblaciones indígenas del golfo de México escribiendo una narración titulada Naufragios, considerada hoy la primera narración histórica sobre los Estados Unidos, fue publicada en 1542 en Zamora (España) y en 1555 en Valladolid, en la cual describe sus vivencias y las de sus tres compañeros quienes atravesaron a pie el suroeste de los Estados Unidos y norte de México.


Segundo Viaje a América

Cabeza de Vaca regresó a España en 1537 y consiguió que se le otorgara el título de Segundo Adelantado del Río de la Plata. Para hacerlo efectiva inició en 1540 su segundo viaje, que le llevó al sur del continente americano. Descubrió las Cataratas del Iguazú, exploró el curso del Río Paraguay y sometió a algunas tribus indígenas. Pero pronto entró en conflicto con los colonos españoles establecidos con anterioridad que, encabezados por Domingo Martínez de Irala, rechazaban la autoridad del gobernador y sus proyectos de organizar la colonización del territorio olvidándose de perseguir los quiméricos tesoros de los que hablaban los mitos indígenas.

Los descontentos se sublevaron en 1544 (primera revolución de los comuneros) y enviaron a Cabeza de Vaca a España acusado de abusos de poder en la represión de los disidentes (como el incendio de Asunción en 1543). El Consejo de Indias le desterró a Orán en 1545. Ocho años después fue indultado y se estableció en Sevilla como juez.

ALONSO DE OJEDA


Alonso de Ojeda (a veces Alonso de Hojeda) (Cuenca, España; c. 1468 - Santo Domingo, República Dominicana; 1515) fue un navegante, gobernador y conquistador español; recorrió las costas de Guyana, Venezuela, Trinidad y Tobago, Curaçao, Aruba y Colombia. Es famoso por haber dado el nombre Venezuela a la región que exploró en sus dos primeros viajes y por haber descubierto el lago de Maracaibo.

Perteneció a una distinguida familia de la comarca de Onia. En su juventud estuvo al servicio como paje del duque de Medinaceli y fue protegido del obispo de Burgos y posteriormente Patriarca de las Indias Juan Rodríguez de Fonseca.

En 1493, gracias a Rodríguez de Fonseca, se embarcó con Cristóbal Colón en su segundo viaje a América, llegando a la isla de La Española. En enero de 1494, Colón le encargó que buscara algunos tripulantes extraviados en el territorio de la isla. Pudo adentrarse con sólo quince hombres en la región del Cibao, donde dominaba un aguerrido cacique caribe llamado Caonabó, que era requerido por el mismo Colón; Ojeda lo venció y apresó usando unos grilletes de oro y engañando al cacique haciéndole creer que eran prendas reales.

También participó en la Batalla de la Vega Real, en la que, bajo el mando de De Ojeda, los españoles vencieron a los indígenas. Esta batalla habría enfrentado a un número de indígenas cifrado en diez mil por Fray Bartolomé de las Casas frente a tan solo alrededor de cuatrocientos españoles, si bien es muy posible que estas cifras hayan sido exageradas. Posteriormente, en 1496, regresó a España.


Primer viaje a Venezuela

De regreso a España, capituló con los Reyes Católicos sin permiso de Colón y zarpó en una expedición el 18 de mayo de 1499, en asociación con el piloto y cartógrafo Juan de la Cosa y el navegante italiano Américo Vespucio. Cabe destacar que este fue el primero de la serie de "viajes menores" o "viajes andaluces" que se realizarían hacia el Nuevo Mundo.

Recorriendo el litoral occidental de África hasta Cabo Verde, tomó el mismo rumbo que realizó Colón un año antes en el tercer viaje, pero en dirección suroeste. Sin embargo, Vespucio decidió separarse de la flota y seguir su propio rumbo más al sur, hacia Brasil. La flota de De Ojeda llegó a las bocas de los ríos Esequibo y Orinoco, así como al golfo de Paria, incluyendo las penínsulas de Paria y Araya, y a las islas de Trinidad y Margarita; posteriormente avistó Curaçao, a la cual llamó isla de los Gigantes porque creyó haber observado allí a indígenas de gran estatura; luego recorrió Aruba y Coro y también visitó la isla de Los Frailes.

También recorrió la península de Paraguaná y se adentró en un golfo al que llamó Venezuela o Pequeña Venecia, debido a que había un poblado en el fondo del golfo cuyas casas estaban construidas con troncos sobre el agua, y se asemejaba a la ciudad de Venecia; aunque otra fuente indica que los propios indígenas ya llamaban al poblado Veniçuela. Asimismo, logró ver la entrada del lago Maracaibo, a la cual llamó San Bartolomé por haberla descubierto el día 24 de agosto de 1499, día de San Bartolomé. También llegó a alcanzar el Cabo de la Vela en la península Guajira, al que llamó Coquibacoa.

Pocos días después, la expedición partió del cabo de la Vela a La Española con algunas perlas obtenidas en Paria, algo de oro y varios esclavos. La escasez de bienes y esclavos transportados resultó en un rendimiento económico escaso, pero la importancia de este viaje radica en que fue el primer recorrido detallado y total hecho por los españoles de las costas de Venezuela, debido al cual De Ojeda goza del crédito de haber reconocido por vez primera toda la costa venezolana. La expedición dio también a Juan de la Cosa la oportunidad de trazar el primer mapa conocido de la actual Venezuela, además de ser el primer viaje que hizo Vespucio al Nuevo Mundo.

Sin embargo, cuando llegó la expedición a La Española el 5 de septiembre, fue mal recibida por seguidores de Colón quienes estaban enojados porque De Ojeda no tenía derecho de explorar tierras descubiertas por Colón sin su autorización. Esto produjo reyertas y peleas entre ambos grupos, dejando algunos muertos y heridos; así tuvo que regresar a Cádiz con pocas riquezas, pero con muchos indígenas, en junio de 1500.


Segundo viaje a Venezuela

De Ojeda decidió hacer una nueva exploración y capituló nuevamente con los reyes de España el 8 de junio de 1501. Se le nombró gobernador de Coquibacoa por los resultados obtenidos en el primer viaje, y se le otorgó el derecho de fundar una colonia en ese territorio, aunque se le dio el aviso de que no visitara Paria. En esta ocasión se asoció con los mercaderes sevillanos Juan de Vergara y García de Campos, los cuales pudieron fletar cuatro carabelas.

En enero de 1502, zarpó de España e hizo el mismo recorrido que en su primer viaje. En esta ocasión pasó de largo el golfo de Paria y llegó a isla Margarita, donde intentó obtener oro y perlas de los indígenas por varios métodos. Luego recorrió las costas venezolanas desde Curiana hasta la península de Paraguaná e intentó fundar el 3 de mayo de 1502 una colonia en la península de Guajira, exactamente en Bahía Honda, a la que llamó Santa Cruz y que se convirtió en el primer poblado español en territorio venezolano.

Sin embargo, dicha colonia no prosperó luego de tres meses de fundada, debido a que De Ojeda y sus hombres comenzaron a atacar las poblaciones indígenas de los alrededores, causando una constante guerra con éstos que se sumó a los problemas personales del mismo De Ojeda con sus hombres. Así, fue en aquel momento cuando sus socios De Vergara y De Campos hicieron apresar a De Ojeda para hacerse con el poco botín recaudado y abandonaron el poblado junto con los colonos, encarcelándolo en La Española en mayo de 1502. De Ojeda estuvo preso hasta 1504, cuando fue liberado por el obispo Rodríguez de Fonseca, mediante una apelación; sin embargo tuvo que pagar una indemnización costosa que lo dejó bastante pobre.

El resultado de este segundo viaje fue un fracaso ya que no se habían descubierto tierras nuevas y no se obtuvo un gran botín de parte de los exploradores, amasado en su mayoría por Vergara y Campos, sumado a que la colonia de Santa Cruz quedó abandonada y la gobernación de Coquibacoa fue abolida.


Viaje a Nueva Andalucía

Una vez conseguida la libertad, permaneció en La Española durante cuatro años sin mucho que hacer, hasta que en 1508 se enteró de que el Rey Fernando el Católico había llamado a concurso la gobernación y colonización de Tierra Firme, y que abarcaba las tierras entre el cabo Gracias a Dios (entre Honduras y Nicaragua) y el cabo de la Vela (en Venezuela). Juan de la Cosa fue a España y se presentó en representación de De Ojeda, aunque también en dicho evento apareció Diego de Nicuesa, que rivalizaba con De Ojeda por las tierras a colonizar. Como ambos candidatos poseían buena reputación y tenían simpatías en la Corte, la Corona prefirió dividir la región en dos gobernaciones: Veragua al oeste y Nueva Andalucía al este, con límites en el Golfo de Urabá; así Ojeda recibía la gobernación de Nueva Andalucía y Nicuesa recibía Veragua. Esta capitulación fue firmada el 6 de junio de 1508.

A Santo Domingo partieron los nuevos gobernadores para formar las flotas expedicionarias. Sin embargo, existía una disparidad entre la flota de ambos, destacando que De Nicuesa poseía grandes riquezas y más crédito de parte de las autoridades coloniales, y que pudo atraer a más de 800 hombres, muchos caballos, cinco carabelas y dos bergantines; en cambio, De Ojeda sólo reunió algo más de 300 hombres, dos bergantines y dos barcos pequeños. Debido a las disputas acerca de qué lugar exacto en el golfo de Urabá sería el límite de ambas gobernaciones, el asistente de De Ojeda, Juan de la Cosa, señaló que el límite exacto sería el río Atrato, que desembocaba en dicho golfo.

El 10 de noviembre de 1509 logró partir de Santo Domingo, unos días antes que De Nicuesa, poco después de nombrar Alcalde Mayor al bachiller Martín Fernández de Enciso, un acaudalado abogado que tenía órdenes de fletar una embarcación con más provisiones para ayudar a De Ojeda cuando fundara una colonia en Nueva Andalucía. El nuevo gobernante, procurando evitarse problemas con los indígenas de su región, pidió que se redactara una extensa y curiosa proclamación en la que invitaba a los indígenas a someterse al Imperio Español, que de lo contrario iban a ser sometidos a la fuerza; dicha proclamación fue hecha por el escritor Juan López de Palacios Rubios y contó con la aprobación de las autoridades españolas.

De Ojeda llegó a la bahía de Calamar, en la actual Cartagena (Colombia), ignorando las órdenes de su subalterno De la Cosa de no establecerse en la zona. Después de desembarcar se encontró con varios indígenas y envió a unos misioneros a que recitaran la extensa proclamación en voz alta junto con intérpretes que hablaban la lengua indígena. Sin embargo, los indígenas estaban bastante molestos por dicha proclamación, así que De Ojeda mostró baratijas a los indígenas, y esto provocó que se enojaran y comenzaran a luchar contra los españoles. Combatió y venció a los indígenas de la costa; aprovechando esta ventaja decidió perseguir a algunos indígenas que se habían adentrado en la selva y llegó a la aldea de Turbaco: ahí sufrió la ira de los indígenas que tomaron desprevenidos a los españoles. En esta contraofensiva murió Juan de la Cosa, que sacrificó su vida para que De Ojeda escapara, y murieron también casi todos los que le acompañaban. De Ojeda tuvo que huir para salvarse con un solo hombre apenas y llegar ileso a la orilla del mar, en donde pudo ser rescatado por la flotilla estacionada en la bahía.

Poco después llegó la flota de De Nicuesa, quien, preocupado por la pérdida que había tenido De Ojeda, le cedió armas y hombres, y luego lo acompañó, olvidándose de las diferencias entre ambos gobernadores, para vengarse contra los indígenas de Turbaco, los cuales fueron masacrados en su totalidad. De vuelta en la bahía de Calamar, De Nicuesa se separó de De Ojeda en dirección mar adentro hacia el oeste rumbo a Veragua, mientras que De Ojeda seguía recorriendo las costas de Nueva Andalucía hacia el suroeste, y llegaba al Golfo de Urabá, en cuyo litoral oeste fundó el poblado de San Sebastián de Buenavista de Urabá el 20 de enero de 1510.

No habían pasado muchos días cuando dentro del poblado crecía la escasez de alimentos, y se intensificaba el clima insalubre que afectaba a los colonos, además de la amenaza persistente de los indios urabaes, quienes atacaban a los españoles con flechas envenenadas, de las cuales el mismo gobernador quedó herido en una pierna. De Ojeda decidió partir a Santo Domingo en el bergantín de un bandido pirata español llamado Bernardino de Talavera que huyó de La Española y que pasaba por el lugar. Debido a que habían pasado ocho meses y medio desde que partió de Santo Domingo y la ayuda del bachiller Fernández de Enciso no llegaba aún, encargó a Francisco Pizarro, un joven soldado en ese entonces, que protegiera el poblado y se mantuviera con los habitantes durante cincuenta días hasta que De Ojeda regresara, pidiéndoles que de lo contrario volvieran a Santo Domingo. De Ojeda jamás regresó al poblado y pasados los cincuenta días Pizarro decidió regresar en los dos bergantines junto con 70 colonos, pero poco después Fernández de Enciso junto con Vasco Núñez de Balboa socorrieron a los sobrevivientes; posteriormente, el poblado fue incendiado por los indígenas de la región.


Naufragio en Cuba

Tratando de buscar ayuda, De Ojeda iba rumbo a Santo Domingo en el bergantín de Talavera con 70 hombres que lo acompañaban. Sin embargo, el pirata apresó a De Ojeda y no lo quiso liberar, pero un fuerte huracán azotó la embarcación y Talavera buscó ayuda en De Ojeda, que era también marinero. No obstante, la tormenta arrastró la nave y ésta naufragó en Jagua, Sancti Spiritus, al sur de Cuba. Así, De Ojeda decidió ir con Talavera y sus hombres a recorrer la costa sur de la isla a pie, hasta punta Maisí, desde donde luego se trasladaría hasta La Española.

Sin embargo, tuvieron diversas dificultades en el camino y la mitad de los hombres murieron de hambre, las enfermedades y las penurias que tuvieron que vivir en la isla. De Ojeda cargaba apenas una imagen de la Virgen María que llevaba consigo desde la primera vez que se embarcó a América en 1493 e hizo una promesa a ésta de que le dedicaría un templo que haría levantar en el primer poblado indígena que encontrara en su camino y que los recibiera con buenas intenciones.

Poco después, con una docena de hombres y el pirata Talavera, llegaron a la comarca de Cueybá, donde el cacique Cacicaná trató amablemente y cuidó a De Ojeda y a los demás hombres, que a los pocos días se habían recuperado. De Ojeda cumplió su promesa y levantó una pequeña ermita de la Virgen en el poblado, ermita que sería venerada por los aborígenes de la comarca. De ahí fue socorrido por Pánfilo de Narváez y fue a Jamaica, isla en la que Talavera fue apresado por piratería. Después llegó a La Española, donde muy exhausto se enteró que la ayuda de Fernández de Enciso había llegado a San Sebastián.


Ocaso y muerte

Tras el fracaso del viaje a Nueva Andalucía, De Ojeda no volvió a dirigir ninguna otra expedición y renunció a su cargo de gobernador. Pasó los últimos cinco años de su vida en Santo Domingo donde vivió triste y deprimido. Luego se retiró al Monasterio de San Francisco, en donde murió poco después en 1515. Su última voluntad fue que lo sepultaran bajo la puerta mayor del monasterio, para que su tumba fuese pisada por todos los que llegaban a entrar a la iglesia, como pena por los errores que cometió en su vida.

La tumba de De Ojeda desapareció del monasterio sin dejar rastro, debido a la guerra civil que sufrió la ciudad de Santo Domingo en 1965.

El escritor español Vicente Blasco Ibáñez en su novela El caballero de la Virgen (1929), relata póstumamente la vida del conquistador.

ALMUTAMID


Hijo de Almotatid. Aunque al comienzo de su reinado ocupa Qurtuba (Córdoba), posteriormente fue Rey de Ishbiliya (Sevilla), convirtiendo esta ciudad en el centro de la cultura islámica del momento. En 1086, junto con los almorávides, derrota a Alfonso VI. En 1091, los almorávides regresan a Ishbiliya (Sevilla) y deponen a Almutamid. Murió en Marruecos en 1095. Fue un gran poeta. En la Sevilla actual, y en la de todos los tiempos, ha sido fuente de leyendas, de amores y desamores con su esposa Rumaikiyya.

A mi cadena

Cadena mía, ¿no sabes que me he entregado a ti?
¿por qué, entonces, no te enterneces ni te apiadas?

Mi sangre fue tu bebida y ya te comiste mi carne.
No aprietes los huesos.

Mi hijo Abu Hasim, al verme rodeado de ti,
se aparta con el corazón lastimado.

Ten piedad de un niñito inocente que nunca temió
tener que venir a implorarte.

Ten piedad de sus hermanitas, parecidas a él y a
las que has hecho tragar veneno y coliquíntida.

Hay entre ellas algunas que ya se dan cuenta,
y temo que el llanto las ciegue.

Pero las demás aún no comprenden nada y no
abren la boca sino para mamar.

ALMANZOR



Muḥammad ibn 'Abd-Allah ibn Abū ʿĀmir (en árabe, أبو عامر محمد بن عبد), llamado Al-Manṣūr (المنصور), el Victorioso, más conocido como Almanzor, caudillo militar y político del Califato de Córdoba y valido de Hisham II (c. 938 - Medinaceli 11 de agosto de 1002).

Se desconoce la fecha y el lugar de nacimiento exactos. Vino al mundo en el seno de una familia terrateniente árabe de origen yemení establecida desde la conquista de la Hispania visigoda. Tras la toma de la antigua ciudad de Carteia, Tariq recompensó al fundador del clan amirí con el territorio de «Turrush», en la Cora de Algeciras. Tradicionalmente se ha confundido el solar de la familia de Almanzor con Torrox, por confusión toponímica.

Algunos amiríes ocuparon las funciones de cadí y de juristas relacionados con los yemeníes ma'afir. A su padre, Abd Allah, se le describe como un hombre piadoso, bondadoso y ascético, que murió en Trípoli cuando regresaba de su pereginación a La Meca. Su abuelo materno se destacó en el reinado de Abderramán III como médico y ministro del Califa.

Muy joven, Muḥammad ibn Abū ʿĀmir se trasladó a Córdoba, donde acabó sus estudios de Derecho y de Letras bajo la tutela de sus tíos. Después de ocupar un modesto puesto de memorialista en la Mezquita de Córdoba, el joven pronto destacó por sus cualidades, e inició su fulgurante carrera política como escribano de la sala de audiencias del cadí jefe de la capital, Muhammad ibn al-Salim. Pronto llamó la atención del taimado visir Yafar al-Mushafi, amo de la administración civil, que le introduciría en la Corte califal.


Consideremos, en apoyo de lo dicho, el caso de Al-Manṣūr ibn Abū ʿĀmir. A pesar de su condición modesta, al comienzo de su carrera; de que no pertenecía a la familia real, lo que le hubiera procurado el poder por herencia; pese también a los pocos recursos materiales de que disponía, logró alcanzar una situación extraordinaria gracias a su astucia y a sus dotes para embaucar al populacho, ayudado por su buena estrella, que fue la causa más determinante de su encumbramiento. Un especialista en astrología me ha referido que el hombre cuyo horóscopo reúne, entre los signos del Zodiaco, los de Piscis y Sagitario está especialmente predestinado para alcanzar el poder temporal o para la esterilidad (...) En sus días el Islam alcanzó el apogeo de su gloria en al-Andalus, mientras los cristianos llegaban al colmo de la humillación." (Extracto de las Memorias de Abd Allah, último rey zirí de Granada.).

En 967 se convirtió en intendente del príncipe Abderramán, hijo y heredero del califa Alhakén II y de su favorita, la vascona Subh, con la cual estableció una relación privilegiada sumamente beneficiosa para su carrera. Convertido en director de la ceca, en 968 fue nombrado tesorero del califa; al año siguiente, fue promovido a cadí de Sevilla y de Niebla y en 970, a la muerte del príncipe Abderramán, pasa a ser el administrador del joven heredero, Hisham. Comenzó a llenar sus bolsillos con el dinero de las arcas reales, siendo acusado de malversación. Sin embargo, gracias a sus contactos, fue capaz de maquillar las cuentas y salir no ya impune, sino beneficiado del proceso. Almanzor recibe una disculpa oficial y obtiene el cargo de la shurta media (policía).

Convertido ya en uno de los personajes más importantes del Califato, se hizo construir un suntuoso palacio en Al-Rusafa, a una legua al Norte de la capital. Poco después se convirtió en gran cadí de las posesiones omeyas en el Magreb, lo que le permitió establecer estrechas relaciones con los jefes bereberes.


El fallecimiento del califa Alhakén II en 976 inauguró un nuevo periodo en la carrera política de Almanzor. Al-Andalus atravesaba en aquel momento una grave crisis de sucesión, porque el sucesor designado, Hisham, nacido en 965, era demasiado joven para reinar. Ante esta situación el entorno del difunto se dividió. Había quienes eran partidarios de designar un regente, al-Mushafi, mientras que otros preferían dar el título califal al hermano del difunto, al-Mughira. Sintiendo que esta designación entrañaría el final de su carrera política, Al-Mushafi decidió asesinar a al-Mughira, y para realizar tan vil trabajo escogió al ambicioso y carente de escrúpulos Almanzor.

Éste rodeó el palacete de al-Mughira con un destacamento de cien soldados de origen eslavo, irrumpió en él y notificó al infante la muerte del Califa y la entronización de Hisam II. El joven quedó aterrado y manifestó lealtad y obediencia a su sobrino. Entonces, ante las dudas de Almanzor, al-Mushafi exigió el cumplimiento de lo acordado, con lo que el desgraciado al-Mughira fue estrangulado delante de sus mujeres y colgado de una viga de la techumbre, como si se hubiera suicidado. Como jefe de la policía, Almanzor se apresuró a ocultar el crimen y ordenó que su víctima fuera enterrada allí mismo.

Hisham II se convirtió fue investido califa la mañana del lunes 4 de safar de 366 H (2 de octubre de 976) con el título de al-Mu'yyad bi-llah, es decir, el que recibe la asistencia victoriosa de Dios. Se encargó de tomar el juramento de fidelidad a la gente, delante del nuevo califa, su tutor, Jefe de la Policía Media, de la Ceca y de Herencias Vacantes, el omnipotente y omipresente Muḥammad ibn Abū ʿĀmir. Seis días después de su investidura, el 8 de octubre de 976, Hisham nombró hayib o primer ministro a al-Mushafi y visir y delegado del hayib a Almanzor, que tenía entonces 36 años.

Sin embargo, al poco tiempo las relaciones entre los dos se deterioraron y para hacerse con nuevos aliados Ibn Abi Amir utilizó numerosas estratagemas. Se propuso hacerse con el control del ejéricto, y para ello no dudó en ganarse al generalísimo Galib, el poderoso gobernador de la Marca Media. Participó en varias campañas para granjearse el favor de los militares y se casó con Asma, la hija de Galib. Se atrajo la simpatía de la población al reinstaurar el orden en Córdoba y multiplicó sus gestos piadosos para ganarse a los fuqaha (jueces) malikíes: así, censuró la biblioteca del califa y ordenó destruir las obras de filosofía y astronomía juzgadas incompatibles con la ortodoxia sunní. En este mismo sentido, copió el Corán con su propia mano e hizo ampliar la mezquita de Córdoba algunos años más tarde, en 987.

Esta política demagógica y populista le permitió hacerse con nuevos apoyos y pretender un auténtico golpe de Estado. En 978 expulsó a al-Mushafi y se convirtió en hayib. Al año siguiente salvó al príncipe de un complot y desde ese instante empezó a aparecer como el salvador de la dinastía y protector del Califa. Con este título trasladó la Administración a Madina al-Zahira, su residencia personal, cuya construcción comenzó en 979 y duró dos años. En 981 el joven califa delegó sus poderes en Almanzor, el cual recluyó a su señor en la jaula dorada de Medina Azahara. Esta política fue vivamente combatida por su suegro Galib, pero este último terminó derrotado y muerto en la Batalla de Torre Vicente, no lejos de Atienza. A pesar de su parentesco, Almanzor no dudó en acabar con el prestigioso militar para allanar el camino que le conduciría al poder, y no se privó de enviarle a su esposa Asma la cabeza de su infortunado padre.


Muhammad ibn Abū ʿĀmir adoptó entonces el título honorífico (laqb) de Al-Mansur y comenzó a reinar como verdadero dueño y señor de al-Andalus. Contrariamente a una opinión extendida, ni él ni sus sucesores llevaron el laqb incluyendo la palabra Alá, sin duda por prudencia, para evitar atribuirse un nombre honorífico propio de los califas.

Desde entonces sus expediciones asentarán su poder por encima del califa, al que dominará, y hará temblar a los reinos cristianos. Nada menos que 52 campañas realizó Almanzor entre los años 978 y 1001.

Sus campañas militares, durante los últimos años del siglo X, afectaron tanto al norte de África como a todo el norte de España:

981 - Zamora
985 - Barcelona
987 - Coimbra
988 - Sahagún y Eslonza
997 - Santiago de Compostela
999 - Pamplona
1002 - San Millán de la Cogolla

En el verano de 997, asoló Santiago de Compostela, después de que el obispo Pedro de Mendoza evacuara la ciudad. Quemó el templo prerrománico dedicado a Santiago, respetando su sepulcro. Esto permitió la continuidad del Camino de Santiago. La leyenda cuenta que los prisioneros cristianos cargaron con las campanas del templo de Santiago hasta Córdoba, y que al parecer, hicieron el camino de regreso dos siglos y medio más tarde, por prisioneros musulmanes cuando las recuperó para la cristiandad Fernando III, el Santo.

Perdió la vida por las heridas sufridas en la batalla de Calatañazor - Soria -- Calat en Nossor-- (julio de 1002), muriendo a los 73 años probablemente en agosto de 1002 en Al-Andalus; se desconoce en qué lugar, ya que sus datos biográficos se diluyen entre lo histórico y lo legendario. El lugar más probable del óbito es Medinaceli - Soria -- Madinat al Salim --. La Crónica Silense sentencia:

Pero, al fin, la divina piedad se compadeció de tanta ruina y permitió alzar cabeza a los cristianos, pues pasados doce años Almanzor fue muerto en la gran ciudad de Medinaceli, y el demonio que había habitado dentro de él en vida se lo llevó a los infiernos.

Antes de morir nombró sucesor a su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar, lo que generó una guerra interna entre los sucesores de Hisham II y los de Almanzor.

Su cuerpo fue cubierto con el lienzo que sus hijas tejieron con sus propias manos y cuya materia prima procedía de la hacienda heredada de sus antepasados en Torrox, solar de su estirpe. Sobre sus restos colocaron un ladrillo fabricado con el polvo que, despues de cada batalla contra los cristianos, sus servidores limpiaban de sus ropas. El cadáver, así dispuesto, recibió primera sepultura en la frontera, antes de ser trasladado a Córdoba. Según el historiador árabe Ibn Idari, los siguientes versos se esculpieron en mármol, a manera de epitafio:

Sus huellas sobre la tierra te enseñarán su historia,
como si la vieras con tus propios ojos.
Por Dios que jamás los tiempos traerán otro semejante,
que dominara la península
y condujera los ejércitos como él.

miércoles, 11 de marzo de 2009

AZOR

El Azor era un barco duro, lento, cabezón. En 1949 había sido botado en los astilleros Bazán: su madrina, la señorita María del Carmen Franco Polo. Hacía poco tiempo que los periódicos la llamaban todavía "Carmencita Franco", hasta que recibieron la orden escrita, en papel sellado, de la autoridad de prensa: había que llamarla señorita, y por su nombre completo; más tarde sería obligatorio, junto al nombre, el título de marquesa de Villaverde.

Franco se reía de sus invitados en el barco: no lo resistían. A veces, les gastaba bromas: hacía falsos "avisos a los navegantes" anunciando fuertes temporales inmediatos, se los hacía llevar al comedor y los leía en voz alta: se reía a carcajadas cuando los demás comenzaban ya a ponerse verdes. Los que le acompañaban entonces dicen que era feliz y que se sentía libre: conseguía salir de su propio régimen.

Sobre todo le entusiasmaba la pesca. Un día pescó un enorme calamar que conservó vivo para donarlo a un acuario (le llamó siempre "el monstruo marino"), pero algún tiempo después desapareció. Franco imaginaba que tenía algunas facultades que le habían permitido escaparse y saltar al mar, pero se averiguó que se lo había comido el señor Zala (el cocinero de a bordo era excelente pero la comida diaria era frugal, como lo fue siempre en la mesa del dictador). Los atunes eran su mejor presa. Su primo y secretario, el general Franco Salgado, decía fríamente que, con el coste del petróleo del Azor y el del buque de escolta, el sostenimiento de la tripulación —comandante, segundo, maquinista, tres suboficiales, tres cabos, 32 hombres; a los marineros Franco les reunía a veces en el sollado y les contaba leyendas gallegas de aparecidos— se conseguían los atunes más caros del mundo.


Pero la gran pesca fue la del enorme animal en la fecha del 1 de septiembre de 1958, conservada en las crónicas del barco. Fue difícil de definir; los primeros telegramas de prensa hablaron de una ballena de 20 toneladas: poco para una ballena. Las fotos mostraban al hombrecillo, con su gorra de yatchman y traje gris, riendo junto a la bestia; el público era poco sensible a la emoción del pescador y dio un cariz ridículo a todo ello. Algún periódico llamó a lo pescado cachalote, pero el Ministerio de Información —Arias Salgado— intervino rápidamente para que se le volviera a llamar ballena. Por fin se llegó a un acuerdo: tendría el nombre genérico de cetáceo.

La censura era muy especial con las pescas milagrosas del jefe de Estado. En un concurso de salmón se quiso decir que uno de los capturados era el más grande de España y la censura lo prohibió.

Un director general llegó una vez de Nueva York con noticias importantes para una industria española, y con una caña que había comprado para Franco; el jefe del Estado no le dejó explicarse, y le aterró haciendo volar el anzuelo por el despacho en que le recibía.

La iniciación a la pesca se la debió a Max Borrell, cuando éste era gobernador civil de La Coruña y Franco veraneaba en el pazo de Meirás. Le llevó un día en un bote de pescar y vio su entusiasmo: al día siguiente Franco le llamó para que fueran otra vez: "Yo le diré a Carmen que nos prepare unas tortillas y unos filetes: así podremos estar más tiempo en la mar".
La tranquila aventura del Azor duró 26 años de la vida de Franco. Después quedó anclado y fue usado con timidez. Una vez, por la familia real (el Rey embarcó en él para pasar revista a la flota). Otra histórica vez, por Felipe González, en sus vacaciones de verano de 1985. Un pálido y leve crucero: de Lisboa a Rota. Alguien debió aconsejarle mal, o quizá fue su deseo de asumir el pasado. La derecha criticó a González con sarcasmo y le acusó de querer meterse en la piel del sagrado antecesor. La izquierda, de ostentación y lujo. Muchos, sólo por rememorar el nombre del barco fantasma. Bajó en Rota y no volvió nunca más; ni nadie lo ha utilizado.

Quienes lo han visitado ahora dicen que el yate está como se construyó, con la añadidura final de Franco: dos camarotes de lujo para él y doña Carmen, la señora por antonomasia, que luego fue sólo de Meirás. Sus paredes son de madera de fresno y de raíz de sicómoro egipcio. Y su plata vieja, y la fina porcelana de sus vajillas y los camarotes de invitados donde los ministros y los embajadores lloraban del más simple de los miedos que habían tenido: el de la mar, como decían a bordo.


Pero sin recuerdos. Todo el fasto de un régimen, las horas libres de quien nunca consideró la libertad de los demás como necesaria, las sombras de almirantes, ministros, jefes de Estado extranjeros y nacionales, fraques, condecoraciones, gorras de comodoro, blazers con buenos y legítimos escudos bordados; brindis con agua, charlas sin cigarrillos, ensueños de imperio, de marino sin escuela, de pintor sin colores para el cielo gallego —pero con una Leika alemana de los viejos tiempos—: todo un trozo de la historia desdichada y fastuosa de la España reciente; son cosas que se pueden comprar. Quizá haya alguien que lo quiera precisamente así.

SANTA BARBARA


Según la leyenda habría nacido en Nicomedia, cerca del mar de Mármara, hija de un sátrapa de nombre Dióscuro, que la encierra en una torre; según una leyenda, esto es para evitar que los hombres admiraran su belleza y la sedujeran, según otra para evitar el proselitismo cristiano.

En ausencia de su padre, Bárbara es convertida al catolicismo, y manda constuir tres ventanas en su torre simbolizando la Trinidad; su padre se entera del significado de estas ventanas, se enfada y quiere matarla, por lo que ella huye y se refugia en una peña milagrosamente abierta para ella. Atrapada pese al milagro, se enfrenta a su destino.

Su martirio es copia del de San Vicente Mártir: habría sido atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos de cerámica cortantes, quemada con hierros al fuego... Cada versión distinta cambia, añade o quita torturas. Finalmente, el mismo Dióscuro la habría decapitado en la cima de una montaña, por lo que un rayo le alcanza a él, muriendo.

También existe la versión de que su padre la habría enviado al juez, quien la mandó decapitar, versión que no incluye el rayo; por ello la primera versión es más explicativa de los patronatos que ejerce.

Es una virgen y mártir cristiana, cuya existencia real es muy dudosa.


Su patronato fue introducido en España, al parecer, por Juan de Terramonda, natural de Lille, que vino a España como asentador de Felipe I el Hermoso.

Igualmente tiene un papel importante en la Santería, representada como Shangó (o Xangó), deidad de la fuerza.